En Hollywood hay historias que resuenan tanto, que son hechas una y otra vez.
Este año le tocó a Bradley Cooper hacer su debut como director, con la cuarta versión de esta historia del Pygmalion moderno. En esta nueva iteración, Cooper lleva ese relato ya familiar al mundo de la música country, lo que lo deja mucho más cerca de lo que fue el remake de 1976 con Barbra Streisand y Kris Kristofferson. Puede que el guión suene algo repetido, pero la realización prueba fuera de toda duda que aún queda mucha vida en esta historia de fama, adicción y sacrificio.
Incapaz de terminar la noche tras una audición ante un estadio lleno de fans incondicionales, Jackson Maine (Bradley Cooper) llega por quinto rebote a un bar de travestis buscando saciar su sed de alcohol, justo a tiempo para ver a Ally (Angelina Germanotta, también conocida como Lady Gaga) cantar “La Vie en Rose”. Jackson se siente inmediatamente atraído por Ally, en un comienzo por su habilidad como cantante, lo cual se va incrementando cuando por fin la ve sin su habitual profundo y pesado maquillaje (algo que también resultó ser una primera vez para el suscrito). Ally trae a cuestas un largo historial de descalificaciones por su apariencia, el tamaño de su nariz (¿ecos de Barbra Streisand?), falta de entrenamiento académico de su voz, etc., todo lo cual queda de lado cuando Jackson la hace subir al escenario para cantar junto a él y frente a una multitud una canción que ha compuesto para ella. A partir de ahí nos incorporaremos a la vorágine de un romance entre un músico reconocido con una conducta errática causada por su alcoholismo y drogadicción, que lo están llevando al ocaso de su carrera, y la de una cantante cuya carrera se dispara a lo alto del firmamento mientras navega las difíciles aguas de la industria de la música.
Como la música es una parte tan importante de la película, es imperativo que esa dimensión sea creíble, lo que, Viva Hollywood (Nace una Estrella) como es predecible, no presenta dificultad alguna para Lady Gaga. Notable es lo bien que se maneja Bradley Cooper, quien encima de sus talentos actorales deja en claro su amplio rango como artista, al manejar más que decentemente una guitarra y demostrar dotes más que satisfactorias como cantante.
Por contrapartida, Lady Gaga también despeja cualesquiera reservas que tuviéramos sobre sus dotes como actriz.
En ese sentido, el verla despejada de las “máscaras” que habitualmente utiliza como Lady Gaga, para mirarla a cara descubierta, resulta un acierto que la hace lucir tanto más natural y vulnerable al amor que Jackson le profesa.
En resumen, Cooper ha encontrado la manera de realizar una producción cinematográfica clásica que evoca algo que Hollywood habría producido hace algunas décadas atrás, antes de las secuelas y precuelas de superhéroes en calzoncillos largos, con una potente balada cinematográfica que capturará los corazones y la emoción de las audiencias. En otras palabras, ya no se hacen películas como estas. Todo lo concerniente al film está realizado con amor y reverencia, tomando quizás lo mejor de Clint Eastwood y de David O. Russell (Cooper ha trabajado con ambos), mezclado con sensibilidades quizás más clásicas como podría ser la de Martin Scorsese.
No es esta una película alegre, considerando que trata con la adicción y la depresión, para no mencionar los lados más oscuros de la fama. En particular, creo que la resolución final del film no logra la credibilidad suficiente; un desenlace como el propuesto resulta más creíble cuando se fundamente en los celos y la envidia, que en un acto de generosidad. Pero esos son detalles, ante esta nueva realización de esta historia y su particular estilo cinematográfico. Es cierto que Jackson canta “quizás sea el momento de dejar que mueran los viejos hábitos”, pero esta película dice “despacito”
Fuente: Revista del Abogados N° 74