Creer que se trata de un comportamiento aislado lleva a olvidar que esta es una conducta extendida,
que se refuerza por la tolerancia social y perpetúa la violencia de género. Si realmente
existe vocación de prevenir, sancionar y proteger, guiando el comportamiento de los sujetos, necesitamos una nueva normativa que opere como un marco que nos obligue a todos y todas a ser parte de la solución.
El año 2018 se inscribirá en la historia por el renacer del feminismo. Y decimos renacer y no despertar, pues a pesar de que no habíamos visto movilizaciones abiertamente feministas de esta envergadura desde la época de las sufragistas, nadie podría afirmar que los movimientos de mujeres en Chile son nuevos. Muy por el contrario, lo que observamos es similar al crecimiento del cauce de un río, que aunque a ratos no fuera el más caudaloso, siempre ha estado ahí, irradiando la discusión sobre igualdad y exclusión en nuestro país.
No obstante, sí enfrentamos un cambio de proporciones. Conductas que apenas anteayer eran toleradas, o abiertamente aceptadas, hoy son objeto de reproche. El acoso sexual es, sin lugar a dudas, el más claro ejemplo. Disfrazada de galantería, deseo incontrolable o algún otro ropaje que vestía una definición de la masculinidad como un ejercicio de poder y de sexualidad desbordante e indomable, durante siglos ha existido una tolerancia social frente a acciones no consentidas, tales como aproximaciones indebidas, hostigamientos y tocaciones.
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Fuente: Revista del Abogado N° 73