Es un hecho por demás conocido que para los aficionados al estudio de la historia, origen y desarrollo de la música selecta, ha sido una constante relacionarlo frecuentemente con otras manifestaciones artísticas, tales como la literatura, poesía, novela, drama, y, por cierto, la pintura, como una fuente inagotable de inspiración para innumerables obras maestras de […]
Es un hecho por demás conocido que para los aficionados al estudio de la historia, origen y desarrollo de la música selecta, ha sido una constante relacionarlo frecuentemente con otras manifestaciones artísticas, tales como la literatura, poesía, novela, drama, y, por cierto, la pintura, como una fuente inagotable de inspiración para innumerables obras maestras de diferentes genios musicales de todas las épocas. Sin embargo, y aunque se haya escrito bastante al respecto, no se le ha dado, en nuestro sentir, la debida preponderancia que en dicho desarrollo ha tenido una actividad tan importante como es la arquitectura, calificada por algunos como un arte o una disciplina particularmente en su aspecto material, así como en sus resultados acústicos.
Todo lo anterior, con el objeto de evitar que el posible exceso de reverberación de los respectivos sonidos opacara su mejor audiencia, habida consideración de la naturaleza de los materiales empleados en la edificación -principalmente de piedra- que de por sí son altamente reflectantes.
Uno de los diversos ejemplos de lo antes señalado es el muy antiguo teatro denominado Epidauro ubicado en la Argólida, Grecia continental, construido por Policleto el Joven, en el siglo IV a.C., diseñado originalmente para 6200 espectadores y cuya capacidad después se aumentó a 14.000 personas.
Dicho teatro al aire libre, visitado hasta hoy por miles de turistas, tiene un aspecto similar a nuestro Estadio Nacional; en él se representaron miles de obras dramáticas de los más importantes autores helenos.
Una de las particularidades más insólitas de la arquitectura de dicha construcción es que aparte de la comodidad de sus aposentadurías, tenía una increíble acústica, la que incluso permitía a los asistentes en las más altas graderías escuchar perfectamente a sesenta metros de distancia las voces y los parlamentos de los respectivos coros y actores. Este fenómeno acústico, aún demostrable en la actualidad, no ha podido ser suficientemente explicado, no obstante los diversos estudios y teorías de diferentes universidades europeas y norteamericanas.
Por otra parte, y ya en la Edad Media, la construcción de cientos de catedrales tuvo estrecha relación con la composición de obras maestras de los más grandes músicos de esa época, tales como Leoninus, Perotinus y Adam de la Halle, entre otros, destinadas a ser interpretadas en la célebre Catedral de Notre Dame de París, edificada en los años 1163 y 1245, la que fue recientemente afectada por un lamentable incendio, el 15 de abril del 2019.
En igual forma, la Basílica de San Marcos de Venecia, que fue construida con anterioridad, en el año 828, contaba con una muy especial disposición arquitectónica, con tres naves y palcos ubicados en distintos niveles y diversas cúpulas que creaban campos de reverberación localizados. Para expresarlo en el lenguaje de hoy, estos producían especiales efectos estereofónicos y ecos al separar instrumentos y coros, de los cuales se valieron excelentes compositores de la llamada Escuela Veneciana, tales como Andrea Gabrieli (1510-1586), Adrian Willaert (1490-1562) y Claudio Monteverdi (1567-1643), entre tantos otros.
Un vínculo indisoluble
Avanzando en los tiempos, y con posterioridad a los períodos del Barroco y Clasicismo, ya en el siglo XIX, algunos compositores como Schubert, Mendelssohn, Schuman, Brahms, Mahler y R. Strauss empezaron a escribir sus obras para orquestas de mayor tamaño que el de sus antecesores. Esto obligó a los arquitectos y constructores de la época a plantearse la necesidad de contar con salas de conciertos más amplias, y especialmente de una adecuada reverberación, más propias del carácter esencialmente romántico de sus respectivas obras.
Paradigmático de lo antes señalado lo constituye la estrecha relación entre música y arquitectura y acústica que hubo de ser utilizada en la edificación del mítico teatro de Bayreuth, en Alemania, entre 1871 y 1876, por Richard Wagner y por el excelente arquitecto Otto Bruckwald. Principalmente, con el exclusivo objetivo de representar las famosas óperas de este compositor, con una concepción absolutamente clásica, tanto en su particular diseño cuanto en la insólita ubicación abismal de la orquesta, bajo el escenario de dicho teatro.
A su vez, en la ciudad de Viena, entre los años 1867 y 1869, se construyó la denominada Musikvereinsaal, producto del genio arquitectónico de Theophil von Hansen. Su excepcional acústica la ha llevado a ser catalogada hasta la fecha como, sino la mejor, una de las tres primeras en el mundo, lo que constituye un verdadero misterio para la ingeniería actual, toda vez que la arquitectura de aquellos lejanos años no contaba, por cierto, con los mismos adelantos tecnológicos de nuestros tiempos.
No está demás señalar al efecto que la referida sala vienesa constituye la sede de la afamadísima Orquesta Filarmónica de Viena, la que, por su inigualable sonido, también coincidentemente ha sido y es calificada como una de las tres mejores del orbe, y en la cual además de su temporada anual, todos los años se efectúa el tradicional Concierto de Año Nuevo. Cabe recordar, también, que el edificio de la Ópera del Estado de Viena, de similar calidad acústica, si bien fue destruido en la Segunda Guerra Mundial, al confundirlo desde el aire con una estación de ferrocarriles, fue íntegramente reconstruido en 1955.
En igual forma, el edificio de la Orquesta Filarmónica de Berlín, también bombardeado en aquella oportunidad, fue reemplazado por otro absoluta y totalmente diferente, producto del genial arquitecto Hans Scharoun con la colaboración musical del gran Herbert von Karajan, e inaugurado en 1963.
En esta novedosa edificación, la orquesta y su director se encuentran ubicados en la mitad de la sala, y los espectadores los rodean en plateas bajas y altas, todo lo cual junto con diversas paredes inclinadas y techo en forma piramidal origina paradojalmente una excelente acústica.
Otra sala de conciertos considerada entre las mejores de Europa es la del Concertgebouw de Amsterdam, construida entre los años 1888 y 1889 por el célebre arquitecto Adolf Leonard van Gendt, en el estilo tradicional rectangular, con un resultado acústico de verdadera excelencia. Este le sirve de adecuada sede a la orquesta homónima, también calificada entre las superiores del mundo.
En relación a este mismo contexto, no podría dejar de mencionarse también al Symphony Hall ubicado en la ciudad de Boston, edificado en 1900, con la asesoría del eminente físico Wallace Clement Sabin, estimado igualmente como un verdadero modelo de excelencia acústica.
Para finalizar, y a guisa de colofón de lo anteriormente reseñado, sería dable concluir que en todas las épocas de la historia de la música, esta se ha encontrado siempre indisolublemente vinculada a la arquitectura y a la acústica, tanto para su adecuado conocimiento como para su mayor difusión.
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Fuente: Revista