“Amamos la belleza, pero permanecemos siendo sencillos”, declaraba Pericles en la segunda mitad del siglo V a.C. (Siglo de Oro), y es que para los griegos el equilibrio era elemento clave de la areté (excelencia física e intelectual) que buscaban. No en vano, una de las sentencias del oráculo pronunciaba: “Nada excesivo”. Para comprender por qué los griegos llegaron a un momento cúlmine de la escultura naturalista, idealizada bajo las premisas de armonía y proporción, denominado “estilo Clásico” (que supera el arte griego Arcaico, frontal y hierático, de influencia egipcia), es necesario penetrar en las circunstancias físicas y de contexto cultural que marcan el despertar de los espíritus. Nos apoyaremos para esto en los planteamientos del filósofo e historiador del siglo XIX Hippolyte Taine, quien en su “Philosophie de l’art” (1865-69), manifiesta que por la circunstancia de vivir en una geografía escarpada, de suelos pobres, y tratándose de un pueblo marino que explora otras culturas, domina en los griegos el ingenio (de lo cual es ejemplo su héroe Ulises). Puntualiza que el griego “es más razonador que metafísico o sabio; se complace en distinciones delicadas…”, “sigue el hilo sutil de las ideas que conducen de un teorema a otro”. Volcándose sobre el paisaje, Taine expresa: “La osamenta geológica destaca contra el cielo sus recortadas siluetas; el esplendor del sol, lleva al límite el contraste entre las partes iluminadas y las sombras (…). De esta suerte, la naturaleza, por las formas con que puebla el espíritu, inclina directamente al griego hacia las concepciones netas y bien definidas”. Podemos así vislumbrar la raíz que permitió los análisis para el establecimiento de un canon de belleza -basado en la armonía y la proporción de las distintas partes entre sí y con el todo-. El “Doríforo” -portador de una lanza, cuyo original en bronce (450 a.C.) del escultor Policleto no conocemos (aquí observamos una copia en mármol encontrada en Pompeya), representa la exacta proporción y simetría que conforman la belleza del cuerpo masculino, sin exagerada musculatura, en un ámbito de equilibrado dinamismo a través de la posición denominada contrapposto (que significa oposición armónica de las distintas partes del cuerpo). Esta obra se conoce también como “el canon” de Policleto (unos de cuyos elementos es que el cuerpo mide siete cabezas). Recordemos que para los griegos del siglo V, un cuerpo bello era tan importante como una mente brillante. En la Grecia Clásica dos instituciones concurren a la perfección del cuerpo y ofrecen modelos para la estatuaria: la Orquéstica (representaciones al aire libre en anfiteatros que incluían danza, junto a coros e instrumentos) y la Gimástica (instrucción física -y espiritual- que se realizaba en los gimnasios, a los cuales se acudía desnudo a ejercitar). Estas instituciones proporcionaron el instrumento de la guerra (el ejército griego pelea de pie cuerpo a cuerpo) y la decoración del culto (para los griegos, el espectáculo más grato que se podía ofrecer a los dioses era presentarles cuerpos hermosos y florecientes).
Al respecto comenta Taine: “Las ceremonias religiosas son un alegre banquete; tragedia, comedia, coros de danza, juegos gimnásticos forman parte del culto”, y agrega: “En Grecia las instituciones se han sometido al hombre en vez de dominarle; ha hecho de ellas un medio y no un fin utilizándolas para su armónico y total desenvolvimiento; y así ha podido ser a la vez poeta, filósofo, magistrado, ciudadano y atleta”. En este contexto cultural surgió el “Discóbolo”, de Mirón (455 a.C.), bronce que conocemos por imitaciones de época romana. Al igual que el “Doríforo”, corresponde a una estatua “exenta” o de “bulto redondo”, dado que está concebida para admirarse en tres dimensiones, lo que se torna muy relevante en esta obra que contiene movimiento en potencia. Podemos observar el trabajo muscular del atleta y disfrutar la armonía sencilla y natural de líneas felizmente ligadas. La opinión del político Solón es tajante respecto de la importancia de mantener un cuerpo ejercitado: “el cuerpo de un hombre vigoroso no debe ser graso y blanco como el de una mujer, pálido por encerrarse en su morada. Contemplad nuestros muchachos de piel bronceada, son como deben ser, hombres llenos de vida, calor, energía viril y rebosantes de salud, no están arrugados y enflaquecidos, y menos aún fofos, lo consiguieron con dieta y gimnasia; estos dos elementos son para el cuerpo humano lo que la criba para el trigo”. Los juegos olímpicos se celebraban cada cuatro años, y durante ellos se establecían treguas de carácter sagrado, cesando cualquier conflicto entre las polis y paralizándose la vida pública. Los atletas representaban la imagen viviente de los héroes mitológicos. El escultor Fidias tuvo su taller precisamente en Olimpia y así esculpió atletas, héroes y dioses (conocidas son sus esculturas de la diosa Atenea). Pericles se convirtió en su principal protector, al momento que le encargó el diseño escultórico de los frontones y frisos del Partenón, en la Acrópolis de Atenas. Se piensa que Fidias esculpió muy poco, siendo los miembros de su escuela quienes materializaron el diseño del maestro, famoso por su “técnica de los paños mojados”, que podemos admirar en Artemisa, en el friso Este del Partenón, denominado “Poseidón, Apolo y Artemisa” (440 a.C.). Para los griegos, el cuerpo conservaba siempre las huellas de la educación gimnástica o servil; se conocía a la primera mirada en su prestancia, en sus ademanes, en la manera de envolverse el manto. En el friso Sur, se ubicaba el fragmento “Procesión de las Panateneas” (443 a.C.), que representa un grupo procesional que portaba un gran paño plegado para vestir la estatua de Atenea en el interior del templo. Al observar estos bajorrelieves, recordemos que la orquéstica dio a la escultura las actitudes, los movimientos, los pliegues de las telas y la disposición de grupos. Tengamos presente también que estos mármoles se encontraban completamente coloreados; pigmentos que no resistieron el paso del tiempo, pero que debemos imaginar para proyectar lo que fue el realismo y dinamismo de estas escenas. El canon clásico de belleza, glorificado por los griegos en el cuerpo masculino, el cual proporcionó modelos vivos para el arte de la escultura, tuvo como base la proporción y la simetría, a lo cual se añadió luego el movimiento equilibrado para denotar la flexibilidad natural y la fuerza vital. Sin Policleto, Mirón y Fidias, sin las instituciones nacionales de la orquéstica y gimnástica griegas, la cultura occidental sería otra.
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Fuente: Revista