Si pensamos en la pintura chilena de paisajes, viene el nombre de muchos artistas a la mente; el de Alfredo Helsby Hazell (Valparaíso,1862-1933) debemos vincularlo con el análisis de los efectos de la luz sobre la materia, con una pincelada que se libera en trazos cortos y enérgicos para lograr transmitir una determinada atmósfera o una sensación ambiental, lo cual significó un gran aporte para la renovación de la pintura chilena. Helsby buscaba la expresión más exacta de las diferentes luminosidades de las horas del día en distintos tipos de paisaje; podría perfectamente llamársele “el Monet chileno”. Si bien tempranamente recogió la idea de pintar al aire libre y se interesó por los rayos de sol sobre el agua o la nieve, por lo etéreo de las atmósferas y por el instante fugaz, nunca adhirió al mensaje de los impresionistas, y cabe puntualizar que su prolífica carrera (produjo alrededor de 800 obras) la vivió, voluntariamente, al margen de movimientos y grupos.
Nació en el seno de la familia de empresarios “Helsby & Co”, dueños de estudios fotográficos en Santiago, Valparaíso y Liverpool. Su padre, William Glaskell Helsby, fue un destacado fotógrafo-retratista, muy requerido por la alta sociedad porteña. En su infancia jugó en los rincones del puerto y contempló espléndidos atardeceres y vistas sobre la bahía, todo lo cual resurge en sus cuadros como “Vista de Valparaíso desde Alto Recreo”. Estudió pintura bajo la dirección de Alfredo Valenzuela Puelma, a quien consideró siempre su gran maestro, pues él lo motivó a expresar sus estados de ánimo en los paisajes; además forjó con él amistad, dado que compartían interés por la medicina naturista, la homeopatía y el ocultismo. Sin embargo, la pintura de Helsby fue tomando distancia de los temas románticos y de la representación rigurosa que tanto gustaban a Puelma, y empalmó más con las lecciones aprendidas de sus amigos Thomas Somerscales, quien le enseñó la importancia de pintar del natural, y Juan Francisco González, quien daba preponderancia a la luz y el color. En “Árbol viejo”, desde una mirada melancólica, la placidez de la luz y la suave armonía cromática remarcan el silencio campestre. La presencia humana es solo una sugerencia.
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Fuente: Revista del Abogados N° 74