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ALBERT ANKER – El sentimiento y la dulzura de las escenas domésticas

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26 de septiembre 2017

Albert Samuel Anker (1831-1910) es el pintor suizo más importante del siglo XIX. Entre 1859 y 1885 sus obras se expusieron regularmente en el Salón Oficial de París, y es considerado uno de los artistas plásticos que mejor se aproximó al mundo de los niños y de los ancianos. En 2012, a través de Sotheby’s […]

Albert Samuel Anker (1831-1910) es el pintor suizo más importante del siglo XIX. Entre 1859 y 1885 sus obras se expusieron regularmente en el Salón Oficial de París, y es considerado uno de los artistas plásticos que mejor se aproximó al mundo de los niños y de los ancianos. En 2012, a través de Sotheby’s se subastó el cuadro “Retrato de una Niña” (pintado en 1885) -el cual no se incluye en este artículo-, a un precio de 1.426.500 francos suizos.

Nació en 1831 en Anet (un pueblo del cantón de Berna), en una familia muy numerosa, pues fue el doceavo hijo de un veterinario. A los 14 años tuvo sus primeras clases de dibujo con Louis Wallinger en Neuchâtel. A los 20, y por influencia familiar, empezó a estudiar teología en la Universidad de Berna y de Halle (Alemania), con el objetivo de convertirse en pastor protestante. Carrera que pasados unos años y con autorización paterna interrumpió para viajar a París y dedicarse a lo que constituyó su vocación: la pintura.

Mientras estuvo en Francia fue un tiempo alumno del pintor -también de origen suizo- Charles Gleyre, y luego siguió perfeccionándose en el oficio en la Escuela de Bellas Artes de París. Su obra, sembrada de afecto y generada desde una observación, además de precisa, sabia en emotividad, no puede más que enternecer.

En “El dominó”, Anker revela la belleza del gesto y retiene la pura expresión de una niña concentrada en el juego. No solo la gestualidad de los niños fue su especialidad: en sus retratos también pone en evidencia su análisis delicado y profundo de la mirada infantil, logrando expresar la inocencia como sucede en “Maurice con la gallina”, obra fresca en vitalidad que comunica la actitud de un niño (hijo del pintor) que ha encontrado una mascota. Como contexto de estas obras cabe mencionar que Albert Anker se casó con Anna Rüfli, con quien tuvo seis hijos, a quienes constantemente retrató, e incluso pintó a sus nietos, todo lo cual le permitió ganar en percepción de la psicología infantil.

En otra faceta, este gran dibujante realizó más de trescientos diseños para el fabricante de lozas Théodore Deck. Además, la fama que alcanzó su pintura le permitió dedicarse desde 1870 a 1874 a la política, como diputado del Gran Concejo del cantón de Berna, lugar desde el cual apoyó la construcción del Museo de Bellas Artes. En 1878 organizó con gran éxito el pabellón suizo de la Exposición Universal de París, por lo que fue nombrado Caballero de la Legión de Honor.

Lo que Anker más trabajó fueron las naturalezas muertas y las escenas con niños y adolescentes jugando o trabajando, en muchas de las cuales se ha visto una influencia de la escuela holandesa, como por ejemplo en el cuadro “Pelando patatas”, que puede calificarse de “Realismo Costumbrista”.

También forman parte de ese realismo aquellas obras en las que dejó testimonio de la enseñanza en las escuelas rurales de Suiza, y aquellas otras que ilustran los momentos que construyen el valor de la vida familiar, como en “El hermanito”, que muestra la alegría entre hermanos, o “Leyendo al abuelo”, donde la tranquilidad y aceptación del anciano se ponen de relieve junto a la compañía del nieto.

La Universidad de Berna le concedió el título de Doctor Honoris Causa. Sus pinturas y acuarelas (estas últimas, más de 600, realizadas cuando no podía pintar al óleo a causa del ataque de apoplejía que sufrió), han sido demandadas por coleccionistas franceses y suizos alemanes.

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