Enfrentado al avance tecnológico, nuestro cronista se pregunta si los abogados de carne y hueso tienen futuro o bien serán reemplazados por robots. ¿A quiénes preferirán los clientes? Así las cosas, pone a prueba los conocimientos de Andrea Beautiful, una sensual profesional no humana, y luego queda lleno de dudas.
Sonriendo por la travesura infantil que hemos hecho de trocar nuestros nombres por los de eximios jurisconsultos, nos dirigimos hacia el aparador que contiene los aderezos para los cafés: azúcar fiera -que cumple su promesa de endulzar y engordar a la vez- y azúcar mansa -que no cumple tan bien su compromiso de dulcificar y adelgazar- así como polvos de chocolate y de canela. Resignadamente, abro un sobre de la azúcar mansa, mientras Enrique hace lo propio con tres sobres de la otra, y espolvorea tanto chocolate como canela sobre su Mocaccino, cuya crema rebasa el borde superior del vaso de cartón y escurre hacia sus dedos, impaciente de depositarse en sus arterias.
Nos sentamos en una de las cómodas mesas del local, y reiniciamos la conversación. “Lamentablemente, creo que sí”, me dice resignado. “Si tú lo piensas, no somos más que malos memorizadores de normas y llenadores de formularios, por lo que un robot bien programado nos puede suplir perfectamente”. Dicho esto se bebe un sorbo del Mocaccino, y noto que un trozo de crema se le ha pegado en la nariz, dándole un aspecto como de unicornio. “No estoy de acuerdo”, le replico. “Creo que nuestra profesión es menos mecánica de lo que piensas. Somos más bien consejeros, interpretadores de normas muchas veces confusas y contradictorias, y estrategas que debemos diseñar alternativas para defender o sustentar de la mejor forma posible los legítimos intereses de nuestros clientes. En suma, trabajamos en el campo de la incertidumbre, y nuestras herramientas son un sinnúmero de variables, todo lo cual es imposible que pueda ser desarrollado por un robot”.
Fuente: Revista